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Editorial del Programa ECOS del día 28 de Enero de 2010

 

¿La falta de epidemiología sirve para decir que todo está bien?

 

 

Cuando ponemos sobre la mesa nuestras alertas acerca de los transgénicos, solemos escuchar la misma respuesta de parte de los promotores de los organismos genéticamente modificados: que no hay evidencias sanitarias de que algo ande mal en la gente.
Lo mismo nos pasa cuando hablamos de energía nuclear. Las respuestas son invariables: “si hubiese problemas, habría enfermos”.
Dejemos estos datos un momento y veamos lo siguiente:
EL Maíz transgénico causa daños crónicos en humanos y animales. Lo asevera esta semana un estudio publicado en el International Journal of Biological Sciences, que junto al Comité Independiente para la Investigación e Información sobre Ingeniería Genética de Caen, Francia y la Universidad de Rowen, demuestran la toxicidad de tres variedades de maíz genéticamente modificado de la empresa Monsanto.
“Por primera vez en el mundo, hemos comprobado que los OGMs no son suficientemente saludables para comercializarse. Los riñones y el hígado experimentaron problemas, pues son los principales órganos que reaccionan a la intoxicación química alimentaria”, indicó Gilles-Eric Séralini, un miembro experto de la Comisión para la Re-evaluación de la Biotecnología, que fue creada por la Unión Europea en 2008.
Recordemos que las autoridades de salud se basaron en las conclusiones que presentó Monsanto en vez de investigaciones independientes
“Es obvio que las pruebas de Monsanto, realizadas durante 90 días, no tienen la duración suficiente para poder aseverar si puede causar enfermedades crónicas” dicen.
Las compañías como Monsanto, BASF, Pioneer, Syngenta y otras, prohíben las investigaciones independientes. Eso asegura la revista científica “Scientific American”, de agosto del año pasado, revelando que como condición previa para utilizar en estudios de investigación sus semillas, las compañías firman primero un Acuerdo de Consumidor Final que prohíbe explícitamente que las semillas se utilicen para realizar cualquier investigación independiente.
Son ex abogados de Monsanto los responsables en la EPA y en la FDA de elaborar las normas relativas a las semillas transgénicas. Y todas las pruebas que se le han proporcionado al gobierno estadounidense sobre la seguridad de los transgénicos han sido llevadas a cabo por las mismas compañías.
El Dr. Séralini dice que "No es posible alimentar al mundo con un producto que sólo se ha probado tres meses en ratas y cuyos análisis de sangre son secretos".
¿En qué dosis son peligrosos? No lo sabemos, porque no se han hecho los test adecuados; sólo sabemos que nos hacen daño a largo plazo. En general, impiden que los órganos y las células funcionen bien. Los test con ratas son confidenciales.
En ese panorama, retomemos la pregunta que nos hacíamos al comienzo: por qué los que celebran los transgénicos, o la energía nuclear en Argentina, nos sacuden ante la nariz que debiera haber enfermos y no los hay?
No los hay?
Cómo aseguran que no los hay?
Adonde están los datos epidemiológicos?
Hay datos epidemiológicos en Argentina?
La respuesta, amigos, es NO.
Estuve en Malargüe la semana anterior, en el enterramiento de residuos nucleares, (de lo que hablaremos la semana que viene) y le pregunté al gentil técnico que me guiaba si las emisiones dañaban a las personas que viven al lado del predio.
Su respuesta fue una rotunda negativa.
Le pedí, entonces, que me indique cuáles eran los estudios epidemiológicos que sostengan sus palabras.
“Ah, no. Estudios epidemiológicos no hay”, me dijo.
Y una persona que ahí estaba agregó: “igual, aquí todos los que se enferman se van a tratar a San Rafael o a Mendoza, y si se mueren, se mueren allá. Aquí no quedan registros.”
Entonces, insisto, Monsanto o CNEA, tanto da, ¿cómo pueden asegurarme que no hay problemas con o junto a sus creaciones?
Sencillamente no pueden. Y si me aseguran que todo está bien, me están mintiendo. Nos están mintiendo a todos.